Discurso del Presidente de la República francesa en la Asamblea General de las Naciones Unidas.

20 septiembre 2022 - Check against delivery

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Discurso del Presidente de la República francesa en la Asamblea General de las Naciones Unidas.

Excelentísimo señor presidente de la Asamblea General: 
Señora vicesecretaria general de las Naciones Unidas: 
Señoras y señores jefes de Estado y de Gobierno: 
Señoras y señores ministros: 
Señoras y señores embajadores: 

Es un honor para mí hacer uso de la palabra frente a esta Asamblea para expresar la voz de Francia. Pienso, en este momento, en todos aquellos que lucharon para que Francia sea libre, no solo en mi país, sino también en todo el mundo. También pienso en aquellos que consideraron, en otros tiempos, que el destino de Europa no podía resultarles indiferente, ya sea que viniesen de África, Asia, Oceanía o América, porque una parte de su libertad, como del destino del mundo, estaba en riesgo. Pienso en quienes escribieron nuestra Carta y construyeron los muros de esta organización con el fin de evitar que lo peor, ocurrido en dos ocasiones en el siglo XX, infligiendo a la humanidad sufrimientos indecibles, volviese a ocurrir. 

No olvidemos jamás este legado. Nos muestra el camino de la paz y está al servicio de todos nuestros países. Nos recuerda que no hay ningún centro de poder legítimo y sostenible por fuera de lo que las naciones deciden soberanamente al unirse. Nos dice que la universalidad de nuestra Organización no está subordinada a ninguna hegemonía, a ninguna oligarquía geopolítica. Ahora bien, este legado, nuestra Organización, del mismo modo que las elecciones que tomamos como naciones, se enfrentan hoy a un dilema. 

Debemos, en el fondo, escoger entre dos alternativas: la guerra o la paz. El pasado 24 de febrero, Rusia, miembro permanente del Consejo de Seguridad, rompió, mediante un acto de agresión, de invasión y de anexión, nuestra seguridad colectiva. Violó deliberadamente la Carta de las Naciones Unidas y el principio de igualdad soberana de los Estados. El 16 de marzo, la Corte Internacional de Justicia declaró ilegal la agresión rusa y exigió la retirada de las tropas rusas. Rusia decidió, al hacer esto, abrir el camino a la posibilidad de otras guerras de anexión en Europa, pero también, en el futuro, en Asia, África o América Latina. 

Sea lo que sea que se diga hoy, en numerosos debates, numerosas declaraciones, hay una cosa que es absolutamente segura: en el momento en que me dirijo a ustedes, hay tropas rusas en Ucrania y, hasta donde yo sé, no hay tropas ucranianas en Rusia. Es una constatación fáctica que no podemos ignorar. Cuanto más se prolonga esta guerra, más constituye una amenaza para la paz en Europa y en el mundo. Nos conduce a una situación de conflicto magnificada y permanente, donde la soberanía y la seguridad de cada uno no depende más que de la relación de fuerzas, del tamaño de las fuerzas armadas, de la solidez de las alianzas o de las intenciones de los grupos armados y de las milicias, donde quienes se consideran fuertes pretenden someter, por todos los medios, a quienes consideran débiles. 

A lo que asistimos desde el 24 de febrero pasado es a un retorno a la época del imperialismo y de la colonización. Francia lo rechaza y buscará obstinadamente la paz. A este respecto, nuestra posición es clara y es en virtud de ella que asumo el diálogo que he sostenido con Rusia desde antes del comienzo de la guerra, a lo largo de los últimos meses, y que continuaré asumiendo, porque solo así es posible lograr la paz. Es la paz que hemos buscado alcanzar mediante las iniciativas emprendidas a lo largo de los años y meses que han precedido al conflicto, con el objetivo de evitarlo. 

La paz a la que aspiramos desde el 24 de febrero, mediante el apoyo humanitario, económico y militar que ponemos a disposición del pueblo ucraniano para ejercer su derecho a la legítima defensa y preservar su libertad; la paz a la que aspiramos al condenar la invasión de un Estado soberano, la violación de los principios de nuestra seguridad colectiva y los crímenes de guerra cometidos por Rusia en territorio ucraniano, y al rechazar la impunidad. La justicia internacional deberá establecer los crímenes y juzgar a los culpables. 

La paz a la que aspiramos, finalmente, mediante nuestra voluntad de limitar la expansión geográfica y la intensidad de la guerra. Nos corresponde, a este respecto, apoyar los esfuerzos realizados por el Organismo Internacional de Energía Atómica para prevenir que la guerra tenga consecuencias sobre la seguridad nuclear tecnológica y física. Haremos lo propio en el futuro junto a Ucrania, cuya soberanía sobre las centrales nucleares no será puesta en discusión. Hemos logrado que una misión del Organismo fuese a Ucrania y realice un informe de manera independiente. Trabajamos conjuntamente para prevenir el riesgo de un accidente cuyas consecuencias resultarían devastadoras. 

Todos los que estamos aquí sabemos que solo un acuerdo que respete el derecho internacional permitirá el restablecimiento de la paz. Una negociación solo será posible si, de manera soberana, Ucrania lo desea y Rusia lo acepta de buena fe. Sabemos todos, igualmente, que solo habrá negociación posible si la soberanía de Ucrania es respetada, su territorio liberado y su seguridad garantizada. Rusia debe entender que no será posible imponer su voluntad por medio de la fuerza militar, aun cuando, con cinismo, pretenda practicar simulacros de referéndums en territorios bombardeados y ocupados. Corresponde a los miembros del Consejo de Seguridad decirlo alto y claro, y a los miembros de esta Asamblea apoyarnos en la senda de la paz. 

Llamo, desde este estrado, a los miembros de las Naciones Unidas a actuar para que Rusia renuncie a la guerra, dimensione el coste real que implica para su propio país y para todos, y ponga fin a su agresión. No se trata de elegir entre el Este y el Oeste, ni entre el Norte y el Sur. Se trata de la responsabilidad de todos aquellos que adhieren al respeto de la Carta y a nuestro bien más preciado, la paz, puesto que, más allá de la guerra, es el riesgo de división en el mundo el que está en juego, producto de las consecuencias directas e indirectas del conflicto. 

Sé bien que, en esta Asamblea, muchos albergan un sentimiento de injusticia frente a las consecuencias energéticas, alimentarias y económicas dramáticas de la guerra llevada adelante por Rusia. Sé también que ciertos países, aquí representados, decidieron atenerse a cierta forma de neutralidad con respecto a esta guerra, a los cuales deseo decir, con toda claridad, lo siguiente: quienes pretenden imitar la lucha de los Países No Alineados al rechazar adoptar una postura se equivocan y asumen una responsabilidad histórica. La lucha de los Países No Alineados era una lucha por la paz. La lucha de los Países No Alineados era una lucha al servicio de la soberanía y de la integridad territorial de los Estados. De eso se trataba la lucha de los Países No Alineados. Los que guardan silencio hoy, a su pesar o por cierta complicidad secreta, fomentan la causa de un nuevo imperialismo, de un cinismo contemporáneo que desintegra nuestro orden internacional, sin el cual la paz no es posible. 

Rusia trabaja en la actualidad para instalar la idea de una doble moral, pero la guerra en Ucrania no debe dejar indiferente a nadie. Es un conflicto cercano para los europeos, que han elegido apoyar a Ucrania sin entrar en guerra con Rusia. Es más lejano para muchos de ustedes, pero todos padecemos las consecuencias directas y todos tenemos un papel que desempeñar para poner fin al conflicto. Por sus propios fundamentos, la guerra iniciada por Rusia ultraja los principios mismos de nuestra Organización, deshonra los principios del único orden internacional posible, el único que puede garantizar la paz, esto es, el respeto de la soberanía nacional y de la inviolabilidad de las fronteras. 

A este respecto, ¿quién es capaz, sin confundir las causas con las consecuencias, de defender la idea de que la invasión de Ucrania no justificaba ninguna sanción? ¿Quién de ustedes puede considerar que, si algún día les ocurriese algo similar, es decir, padeciesen la invasión de una nación vecina más poderosa, la mejor respuesta sería el silencio de la región y del mundo? ¿Quién puede creer esto? ¿Quién puede creer que bastaría con que Rusia ganara la guerra para que pudiéramos pasar a otra cosa? Nadie. El imperialismo contemporáneo no es ni europeo ni occidental. Toma la forma de una invasión territorial apoyada por una guerra híbrida global que hace uso del precio de la energía, de la seguridad alimentaria, de la seguridad nuclear, del acceso a la información y de los desplazamientos de población como armas de división y de destrucción. Precisamente así esta guerra atenta contra nuestras soberanías. 

Francia estará del lado de los pueblos libres de las Naciones Unidas para enfrentar las consecuencias del conflicto, así como todas las desigualdades que potencia, al rechazar las lógicas de bloques o de alianzas exclusivas, puesto que, más allá de las consecuencias directas de la guerra, el riesgo que corremos hoy es el de una nueva división del mundo. Algunos pretenden hacer creernos que habría, de un lado, un Occidente que defiende valores arcaicos al servicio de sus propios intereses y, del otro lado, el resto del mundo que tanto ha padecido y que busca cooperar apoyando la guerra o apartando la mirada. Rechazo esta división por al menos dos razones. 

La primera razón es, tal como acabo de evocarlo, una cuestión de principios. Nuestra Organización defiende valores universales: no permitamos que se instale la idea de que se hallarían escondidos, en los valores de la Carta, aspectos regionales o adaptables. En efecto, nuestra Organización se fundamenta en valores universales. La pregunta frente a la guerra en Ucrania es, entonces, simple: ¿están ustedes a favor o en contra la ley del más fuerte, el no respeto de la integridad territorial de los países y de la soberanía nacional? ¿Están ustedes a favor o en contra de la impunidad? No concibo ningún orden internacional, ni paz durable alguna, que no estén fundados sobre el respeto de los pueblos y el principio de responsabilidad. Sí, nuestros valores son universales y precisamente no deben jamás estar al servicio de una potencia que viola estos principios. Y cuando, en el transcurso de los últimos años, no nos atuvimos completamente a estos valores, nos equivocamos, pero eso no puede, de ninguna manera, justificar el hecho de pisotear todo lo que hemos construido colectivamente desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. 

Cuando Rusia afirma estar lista para trabajar en la construcción de nuevas alianzas, en la construcción de un nuevo orden internacional, sin hegemonías, ¡suena bien!, pero ¿sobre qué principios? ¿La invasión de una nación vecina? ¿El no respeto de las fronteras de un país que no me agrada? ¿Cuál es el orden hegemónico en la actualidad, si no el de Rusia? ¿Qué se nos sugiere? ¿Qué nos pretenden vender? ¿Qué ilusiones nos quieren proponer, aprovechándose de la buena fe de algunas y algunos de nosotros? Nada que pueda ser sostenible en el tiempo. No cedamos al cinismo que desintegra el orden que nos permite estar aquí hoy, que permite mantener la estabilidad internacional, puesto que estos valores, nuestros valores, el respeto de la soberanía nacional, de la integridad de las fronteras —y, no temo decirlo, que nos hemos equivocado cada vez que no nos atuvimos estrictamente a ellos—, son los valores que hemos construido después de la Segunda Guerra Mundial, tras el fin de los colonialismos. No pretendamos tolerar que se repita la historia bajo el pretexto de que son, en la actualidad, otras regiones las que son afectadas y, por sobre todo, no transijamos. 

La segunda razón de mi oposición a este intento de división del mundo es pragmática. En efecto, detrás de las incipientes divisiones, hay una tentativa de partición del mundo que refuerza la tensión entre Estados Unidos y China, lo que sería, desde mi perspectiva, un error funesto para todos nosotros, porque no se trataría de una nueva guerra fría. Muchas potencias que fomentan el desorden y el desequilibrio aprovechan este período para multiplicar los conflictos regionales, retomar el camino de la proliferación nuclear y hacer retroceder la seguridad colectiva. Pienso, en consecuencia, que debemos hacer todo lo posible para evitar que esta nueva división ocurra, puesto que los desafíos que debemos enfrentar son cada vez más numerosos y urgentes, y su respuesta necesita nuevas alianzas. 

Miremos el caso de Pakistán: un tercio del país bajo el agua, más de 1400 muertos, 1300 heridos y millones de personas en situación de emergencia. Miremos el Cuerno de África: la peor sequía de los últimos cuarenta años y una temporada de lluvias que será, sin duda, aún peor. La mitad de la humanidad vive en una zona de peligro climático. Nuestros ecosistemas alcanzan un punto de no retorno. Consideremos Somalia, Yemen, Sudán del Sur, Afganistán, países en los que regresa la hambruna. La crisis alimentaria afecta todas las regiones del mundo y perjudica más violentamente a los más vulnerables. 345 millones de personas en el mundo se encuentran en situación de hambre aguda, de los cuales 153 millones son niños. Cincuenta y cinco guerras civiles tienen lugar en nuestro planeta. Cien millones de personas desplazadas. Mientras que 137 000 personas lograban salir de la extrema pobreza cada día entre 1990 y 2015, 345 millones podrían volver a caer en ella para el año 2030 en los países afectados por los conflictos. 

Frente a las crisis, al cambio climático, a la pandemia y al aumento de los precios de los alimentos son siempre los más vulnerables los que resultan más afectados. Otras amenazas continúan estando presentes: el terrorismo que afecta tanto al Sahel como a Oriente Próximo o la proliferación nuclear en Irán y en Corea del Norte, que no hemos logrado detener. Estas son nuestras urgencias. La breve descripción que acabo de hacer no es, desde ya, exhaustiva. Pero se trata siempre de conflictos que son el producto de fallas profundas de nuestro sistema internacional, que ha sabido acompañar los beneficios de la globalización pero no contener sus fracturas, sus amenazas, sus desequilibrios, o la consecuencia de nuestras propias divisiones. 

Nuestra responsabilidad común es, antes bien, trabajar para ayudar a los más vulnerables, a los más afectados por estos conflictos. Narendra Modi, el primer ministro de la India, estaba en lo correcto cuando afirmó que no es momento para una guerra. No es momento, tampoco, para una revancha contra Occidente ni para una oposición entre el Oeste y el resto del mundo. Es el momento de que nuestros países, soberanos e iguales, actúen juntos frente a los desafíos contemporáneos. Es este el motivo por el cual es imperioso construir un nuevo acuerdo entre el Norte y el Sur, un acuerdo eficaz y respetuoso para la alimentación, para el clima y la biodiversidad, para la educación. No hay más lugar para las lógicas de bloques: es el momento de construir coaliciones para la acción concretas, que permitan conciliar interés legítimo y bien común. 

Frente a la crisis alimentaria mundial, Francia ya duplicó su contribución al Programa Mundial de Alimentos. Hemos construido con la Unión Europea los Corredores de Solidaridad, que han permitido evacuar más de diez millones de toneladas de cereales por vía terrestre desde el comienzo de la primavera. Esta iniciativa fue completada por el acuerdo del pasado 22 de julio, posible gracias al trabajo del secretario general de las Naciones Unidas, que permitió evacuar 2,4 millones de toneladas por el mar Negro, acuerdo que aún continúa vigente. Hemos impulsado la iniciativa FARM (Misión de Resiliencia en Materia Alimentaria y Agrícola), que permite abastecer a los países vulnerables a un precio más bajo sin condición política, así como invertir en la producción agrícola de los países que deseen salir de la dependencia. 

Les anuncio igualmente que Francia va a financiar el envío del trigo ucraniano a Somalia, en colaboración con el Programa Mundial de Alimentos. Lo haremos solidariamente, con eficacia y exigencia de plena transparencia. 

Mañana reuniremos a la Unión Africana, las agencias de las Naciones Unidas, la Organización Mundial del Comercio, el FMI, los bancos de desarrollo y la Comisión Europea para construir un mecanismo viable de acceso a los fertilizantes para África, como complemento, una vez más, a las iniciativas en esta dirección del secretario general. 

En cuanto al clima y a la biodiversidad, nos reuniremos, en algunas semanas, en la COP27 en Egipto. Seamos claros sobre lo que significa una transición justa. Nuestro primer combate colectivo es la erradicación del carbón. La crisis actual no debe extraviarnos de este objetivo. Si no lo hacemos, superaremos, aún más de lo estimado por las predicciones, los dos grados Celsius. Estoy dispuesto a invertir en las coaliciones de financiamiento JET (Transición Energética Justa), como lo hemos hecho, por ejemplo, con Sudáfrica hace algunos meses. Debemos seguir en esta dirección. 

Pero China y los grandes países emergentes deben tomar una decisión clara en la COP. Es imperioso. Debemos construir, en este sentido, alrededor de los grandes países emergentes, un conjunto de coaliciones entre los agentes estatales y las instituciones financieras internacionales más importantes, con el objetivo de concebir soluciones completas en materia de producción de energía y de nuevos modelos de producción industrial, solo en virtud de los cuales será posible llevar a término la transición energética. 

El G7 debe dar el ejemplo. Los países más ricos deben acelerar los programas para alcanzar la neutralidad de carbono y, asimismo, hacer un esfuerzo en términos de sobriedad y compartir las tecnologías ecológicas. Ustedes saben que, en la materia, pueden contar con la Unión Europea. Creo que debemos reconocer que existe, para los países más pobres, una dificultad particular para luchar contra la pobreza y, al mismo tiempo, acelerar la transición energética. No podemos pretender lo mismo del África subsahariana, de las 600 millones de personas que aún no tienen acceso a la electricidad, que de los mayores emisores. Por ello la solidaridad económica y tecnológica de los países más ricos debe ser mayor en materia climática con respecto a los países más pobres. Facilitar el financiamiento, aportar soluciones y acelerar nuestro programa, como lo hemos hecho durante la pandemia, pero de manera aún más eficaz, más vigorosa y más resuelta. 

Debemos, en este contexto, proteger juntos nuestros sumideros de carbono y los tesoros de nuestra biodiversidad. Francia albergará, en conjunto con Costa Rica, la Conferencia sobre los Océanos de las Naciones Unidas en 2025. Debemos lograr que sea la COP21 de los océanos. 

En el plano sanitario, debemos aprender de la pandemia de la COVID-19. En este sentido, debemos reconocer que nuestra primera línea de defensa es el sistema y el personal sanitarios en los países más vulnerables. Tendré la ocasión de insistir en este punto crucial durante el ciclo de reposición del Fondo Mundial de Lucha contra el Sida, la Tuberculosis y la Malaria, del cual Francia continuará siendo uno de los primeros contribuyentes. Debemos igualmente asegurarnos de que la OMS instaure los sistemas de alerta temprana que necesitamos para prevenir la propagación de nuevos virus. Debemos igualmente ocuparnos, en conjunto, del tratamiento de la salud humana y animal. Es el sentido mismo de la iniciativa «Una sola salud», que Francia impulsa junto a otros países. 

Como lo hacemos en el marco de la Alianza Mundial para la Educación, debemos continuar con nuestros esfuerzos para que los niños vayan a la escuela tras el fin de una pandemia que lo había impedido. Debemos luchar contra el origen de las desigualdades y trabajar por nuestro futuro común. 

Como pueden constatar, sobre cada uno de los temas, de lo que se trata es de cooperar más, de construir nuevas alianzas entre diferentes actores, entre el Oeste y el Sur, entre el Norte y el Sur. Más compromiso en el marco de nuestras instituciones. Todo lo que acabo de mencionar, es lo opuesto a la división que se pretende instalar. ¿Quién estuvo presente durante la pandemia? ¿Quién propone financiación para hacer frente a la transición climática? No son aquellos que hoy proponen un nuevo orden internacional, los mismos que no tenían vacunas efectivas, que fueron poco solidarios y que no aportan nada frente al cambio climático. 

Frente a estos desafíos, nuestros desafíos colectivos, tenemos el deber de ser más solidarios, de profundizar la cooperación, pero, en ningún caso, ceder a cantos de sirena que no llevan a ninguna parte. Para lograr superarlos, debemos ser conscientes de la situación de los países más pobres y de los países de ingreso medio, ya sea en África, Sudamérica, Asia o en el Pacífico. A la pandemia, que ya había incrementado las desigualdades, se suman la guerra y sus consecuencias, que intensifican las dificultades para muchos de estos países. El G20 debe, en consecuencia, mantener imperativamente el objetivo que se propuso el año pasado de poner a disposición 100 000 millones de dólares a partir de los derechos especiales de giro. 

Pero debemos ir más allá y más decididamente. Primero que todo, a partir de las emisiones de los derechos especiales de giro del FMI, debemos implementar aquello a lo cual ya nos hemos comprometido. Son muchos los países, en particular en África, que todavía no han recibido este dinero, y no podemos seguir recurriendo a la explicación de que tal parlamento lo bloquea o de que tal regla lo impide. ¡No es posible! No llegaremos a tiempo. Pero debemos ir más allá, porque la dificultad es aún mayor. Debemos reasignar el 30 % de nuestros derechos especiales de giro en favor de los países africanos más vulnerables y de los países más pobres de todo el planeta. 

Y debemos, asimismo, en conjunto con el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, repensar los dispositivos que ya no están adaptados al contexto actual. Las reglas que aplicamos en la actualidad son las reglas de los años ochenta. Pero la situación de nuestro planeta, tras el paso de la COVID-19, con la aceleración del cambio climático y la pérdida de la biodiversidad, situación agravada por los desequilibrios creados por la guerra, exige, de nuestra parte, una mayor solidaridad. Necesitamos construir un nuevo pacto financiero con el Sur. Esta es la primera línea de nuestro combate, un combate que debe unirnos, no contra un enemigo común, contra historias falsas o contra ciertas revisiones históricas, sino por el planeta en el que todos vivimos y por la igualdad de oportunidades a escala global. 

Este es nuestro combate, el que nos reúne a todos. Solo implica hacer un esfuerzo un poco mayor, mantener nuestros acuerdos, ser exigentes y respetuosos los unos con los otros. Pero este combate, que es el verdadero combate, si no somos capaces de llevarlo a cabo en conjunto, será la fuente de todas las fracturas y todos los conflictos futuros. Invito a todos aquellos que quieren construir junto a nosotros este nuevo acuerdo a venir al Foro de París sobre la Paz, que tendrá lugar el 11 de noviembre próximo, para preparar el G20 de Bali y avanzar juntos, sin renunciar jamás a nuestros valores comunes y a los principios que nos guían. 

Vayamos a lo importante, no nos resignemos a la fragmentación del mundo ni al incremento de las amenazas a la paz, no dejemos que las crisis se acumulen, que los conflictos sin solución se multipliquen y que las armas de destrucción masiva proliferen. Se trata de riesgos que no podremos controlar en el futuro si no reunimos a las potencias regionales más directamente afectadas. Es precisamente este trabajo de asociación de potencias regionales que queremos llevar adelante en Oriente Medio, asegurándonos de la continuidad de la Conferencia de Bagdad que ha tenido lugar en 2021, para la estabilidad de Irak, el Líbano y toda la región. 

Los miembros permanentes del Consejo de Seguridad ya no son los únicos que pueden hacer uso de la palabra. Y aunque tienen el derecho a expresarse, e innegablemente lo tienen, nuestra Organización solo puede funcionar si somos capaces de trabajar en conjunto para lograr el consenso internacional indispensable para la paz. Por esta razón deseo que finalmente emprendamos la reforma del Consejo de Seguridad con el objetivo de que sea más representativo, reciba nuevos miembros permanentes y continúe desempeñando su papel, limitando la posibilidad del derecho de veto en caso de crímenes masivos. Es lo que debemos hacer en conjunto, construir la paz y un orden internacional contemporáneo al servicio de los objetivos de nuestra Carta. En este camino, las Naciones unidas podrán contar indefectiblemente con Francia. En este camino, cada uno de los países aquí presentes podrá contar indefectiblemente con Francia. 

Muchas gracias.